VI Encuentro Nacional de Estudiantes de Ciencia Política y Administración Pública

Panel

"Democracia Participativa y nuevas tecnologías de información
en un mundo globalizado"

"La transición mexicana a la democracia, la participación y los
nuevos actores sociales de una sociedad globalizada"

Dr. Luis Miguel Rionda

Universidad de Guanajuato

 

El tema que dio motivo para la organización de este panel es uno de los tópicos de mayor pertinencia en un mundo donde los procesos de toma de decisiones se concentran cada vez más en las interesadas manos de élites políticas, empresariales, militares, religiosas e incluso intelectuales. La masa ciudadana que en términos reales está despojada de la posibilidad cotidiana de incidir sobre esos mecanismos decisorios, debe todavía resignarse a verse sujeta a los pobres recursos tradicionales de la democracia representativa. El voto electoral periódico es la herramienta casi única con la que cuenta el ciudadano normal en la mayoría de las democracias contemporáneas. Las consecuencias de la buena o mala actuación de los gobernantes, los tomadores de decisiones sociales, sólo son confrontadas hasta el término del mandato o representación con la que fueron investidos. En raras ocasiones se cuenta con mecanismos intermedios que pueden transmitirle a los miembros de la élite el sentir compartido por parte de los gobernados o representados. Inclusive dispositivos como el referéndum, las encuestas y las consultas populares pueden verse limitados por factores como su oportunidad, su costo, su confiabilidad, su cobertura y su pertinencia.

La democracia representativa ha venido acumulando importantes pasivos con relación a su legitimidad y su capacidad para involucrar a los sectores más amplios de la población en los grandes objetivos compartidos del cuerpo político. En México, por ejemplo, un diputado federal de mayoría relativa supone representar los intereses de un distrito habitado por 200 mil ciudadanos mayores de 18 años. Es ingenuo plantearse que ese legislador pueda interpretar con fidelidad los sentires compartidos de tamaña cantidad de personas. Para colmo, en una cultura política tradicionalmente pasiva como la nuestra, el representante popular normalmente no se ve presionado o influido por parte de sus electores a tomar una posición determinada ante temas que podrían afectar a esa clientela política. A esto se agrega la carencia de auténticas carreras legislativas o político-administrativas, por la anacrónica prohibición de la reelección consecutiva para los miembros del poder legislativo y para los ayuntamientos.

Trato de referirme al hecho cada vez más evidente de que en el caso mexicano no solamente estamos llegando tarde a los ya de por sí debatibles mecanismos de la democracia representativa, que hasta muy recientemente se han convertido en una realidad cotidiana para la renovación de nuestros poderes públicos, sino que también estamos heredando las limitaciones y contrariedades de ese modelo particular de democracia liberal procedimental. Cuando en otros países se discute desde hace varios años ya sobre la necesidad de dar el siguiente, y tal vez más importante paso hacia la democracia participativa, que exigirá de un ciudadano informado, exigente, interactivo y combativo, en México ya nos manifestamos satisfechos con haber experimentado al fin la primera alternancia en el ámbito nacional, suceso con el que algunos quieren dar por culminado el largo proceso mexicano de transición a la democracia.

Los colegas que me acompañan en esta mesa, así como el resto de los integrantes del capítulo México del CITIDEP (Centro de Investigación de Tecnología de Información para la Democracia Participativa), nos vincula la convicción de que el arribo a una normalización de una democracia procedimental, una democracia netamente electoral, es todavía insuficiente. Es claro que en la última década México se ha comprometido hasta el extremo con las tendencias globalizadoras e integradoras que poco a poco diluyen fronteras económicas, políticas y sociales, y que nos han colocado en la situación desventajosa de habernos sumado a uno de los grandes bloques económicos del mundo sin haber consolidado antes un arsenal económico interno que nos permitiera defendernos y competir con perspectivas de éxito en el despiadado mundo del mercado libre. Ejemplo y prueba de lo anterior es el brutal proceso de enajenación del sistema bancario nacional, para el cual el ingreso a la globalización sin haber contado con una estabilidad previa significó el tener que asociarse y subordinarse al expansionismo de los grandes bancos extranjeros.

En buena medida, la globalización ha conducido a la sociedad mexicana a un temprano estadio de efervescencia política y social. Los grandes cambios que hemos presenciado en la arena política serían inexplicables sin una comprensión de los nuevos requerimientos que se han impuesto desde el exterior. Si México conservara su vieja actitud aislacionista, proteccionista y nacionalista que le caracterizó hasta los años ochenta, difícilmente habríamos experimentado los cambios en lo político, al menos con la radicalidad con que los hemos vivenciado desde hace diez años.

El mexicano ha aprendido con rapidez el valor y el potencial que acompañan el ejercicio del voto electoral, como se evidencia en las altas tasas de participación que se han registrado en las elecciones mexicanas desde 1991. Alrededor de dos tercios de los electores registrados en las listas nominales acuden efectivamente a manifestar su voto. Sin embargo, a pesar del evidente avance que significa este ejercicio efectivo del derecho del sufragio, estamos todavía sumergidos en una situación de baja participación, bajo conocimiento y baja vigilancia del ciudadano común hacia el desempeño concreto de los gobiernos y los representantes. La cultura del debate, de la información y de la expresión libre de las ideas todavía no permea entre los conjuntos más amplios de la población, particularmente entre las clases populares. Es innegable que la naciente clase media ya ha encontrado vehículos para la participación y la expresión de sus demandas, ya sea a través de los medios de comunicación tradicionales, la comunicación directa con sus representantes, y cada vez más a través de las nuevas tecnologías de la información, como es el caso de la red de redes, la internet.

Las clases subalternas todavía están ajenas a las nuevas posibilidades de participación que ha acarreado la propia globalización, como el caso de internet. El costo de la misma tecnología, pero sobre todo las graves carencias en educación y capacitación que todavía padece una enorme cantidad de mexicanos, convierte a esas tecnologías en opciones imposibles o lejanas para poder ser aprovechadas para la expresión y defensa de las demandas de los humildes.

Las potencialidades de las nuevas tecnologías ya fueron puestas en evidencia en nuestro país a través del levantamiento zapatista y el espectacular acompañamiento que le ha escoltado a través de la internet. La eficacia política del neozapatismo ha sido sorprendente, particularmente si la comparamos con la terrible situación política y militar que debieron afrontar movimientos insurgentes previos, como los que lideraron Genaro Vázquez y Lucio Cabañas en los años setenta, que culminaron con el exterminio físico y político de los insurrectos, sin que la represión militar —entonces sí mortal y sin miramientos- despertara mayores reacciones por parte de la comunidad internacional.

El éxito del neozapatismo debe explicarse a partir de su inteligente aprovechamiento de estas nuevas tecnologías de la información. Gracias a ellas, un ejército rebelde que se levantó en armas contra el Estado mexicano pudo reposicionarse y comenzar una guerra electrónica para la cual éste último no estaba preparado ni advertido. Por este medio la globalización, tan cara para el gobierno de Carlos Salinas, se volvió en contra del Estado que la prohijó y le sumergió en la peor crisis política que haya afrontado ningún gobierno federal al menos desde el trance de 1968.

Miles de activistas prozapatistas se movilizaron a través de la internet, y ayudaron a construir una imagen mediática de la guerrilla indigenista como un movimiento de defensa legítima en contra de la opresión de la sociedad hegemónica, que no es difícil identificar como aquélla que fue fruto de los afanes modernizadores de los distintos gobiernos posrevolucionarios, que sin duda fueron incapaces de comprender a cabalidad la problemática indígena real, de explotación y marginación, que era producto involuntario de sus programas transformadores con sentido liberal o neoliberal.

La guerra del neozapatismo se libró en la virtualidad del ciberespacio, en las subjetividades de las imágenes colectivas, en las trincheras veleidosas de la prensa escrita, en las vanalidades de la radio y la televisión, y en los espacios temerosos de la conciencia culpable de la sociedad criollo-mestiza del México moderno. Pero lo extraordinario del caso es que esta misma modernidad se vio cuestionada, rechazada y simbólicamente derrotada con sus propias armas: las nuevas tecnologías de la información.

Me parece claro que estas tecnologías han puesto en evidencia su capacidad para ser aprovechadas y potenciadas para la promoción de una creciente participación e involucramiento de los sectores subalternos de nuestra sociedad en la discusión y la superación de sus propios rezagos. Estamos hablando de aprovechar la tecnología de la comunicación globalizada de doble vía, que es una forma que tengo yo de caracterizar a la internet, para la protección y reivindicación de las demandas populares. La democracia participativa, pero con una visión de justicia social, que le permita superar la vieja y cuestionable visión liberal de la democracia como simple técnica de renovación de las élites políticas, sin recurrir a la violencia. Hablo de la refuncionalización de la democracia para exponer su exponente social, solidario, comunitarista y humanista, gracias al libre flujo de las ideas y la capacidad de los gobernados de hacerse escuchar —e incluso obedecer como en el caso neozapatista- por parte de los gobernantes.

La participación ciudadana representa un reto tecnológico. Pero se trata de uno de los usos más bondadosos de la tecnología, que la reivindica de su tradicional aprovechamiento interesado como simple estrategia para incrementar la eficiencia, y con ello la acumulación de bienes en cada vez menos manos, como desgraciadamente ocurre en los espacios conquistados por la fiebre globalizadora.